Colapsar Israel

Reportaje publicado en Murray Magazine.
Ramallah (Cisjordania)

Desde Sudáfrica hasta Israel, el movimiento de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) se erige como catapulta internacional cuando el resto de estrategias de denuncia parecen haber fracasado. Lo que empezó el año 2005 como una coalición de más de un centenar de organizaciones palestinas ha acabado por poner contra las cuerdas a Israel o, al menos, ha debilitado su imagen de cara al exterior.

Por toda Cisjordania, el BDS se ve ahora para los palestinos como una nueva bocanada de esperanza para resolver viejos problemas. Y para los activistas internacionales como la manera más efectiva para mostrar solidaridad con el pueblo palestino. Desde su despacho en Ramallah —la ciudad más importante de Cisjordania—, el coordinador general del comité nacional del BDS Mahmoud Nawajaa tiene claro que el objetivo común es «aislar al gobierno israelí en todos los ámbitos hasta que se colapse». Para el BDS, este logro tendría que propiciar tres hitos altamente preciados: Acabar con la ocupación y colonización, reconocer el derecho fundamental de los palestinos ciudadanos de Israel a la igualdad con la población judía y la implementación del derecho al retorno de los refugiados, tal como estipula la resolución 194 de la ONU.

Resultados históricos tras una década

Superando los diez años de existencia —desde 2005—, el pasado 2015 se inscribió como histórico para los propulsores del BDS por los hitos conseguidos: Naciones Unidas reconoció en un informe que el movimiento de boicot había sido un factor clave en el descenso del 50% de las inversiones directas extranjeras a Israel en 2014 comparado con el año anterior, considerando que el ataque israelí de aquel verano sobre Gaza tuvo una influencia destacada.

Por otra parte, según apuntaban desde el movimiento BDS en un comunicado haciendo balance del 2015, la corporación francesa Veolia —que construía una línea de tren desde Jerusalén hasta los asentamientos— detuvo sus negocios en Israel «como resultado directo de la campaña contra sus proyectos en los asentamientos israelíes ilegales», perdiendo así miles de dólares. Compañías como Orange respondieron a la presión anunciando que saldrían de Israel en 2017, y la empresa G4S empieza a hablar de detener sus contratos con el servicio de prisiones israelíes, según asegura el movimiento BDS en el mismo comunicado web, donde se felicita por los éxitos conseguidos el 2015.

«Otras compañías que hacían inversiones en los asentamientos israelíes ahora no están porque serían un blanco fácil para el BDS», asegura Nawajaa. Además, miles de artistas, académicos y estudiantes de alrededor del mundo se han sumado a las acciones de boicot. Para los próximos tres años, el coordinador del BDS apunta que el objetivo más ambicioso se centra en conseguir sanciones entre estados por el hecho de invertir en Israel, aunque todavía no han conseguido avances en este ámbito.

«No estamos contra Israel»

De esta manera, se abre una nueva ventana de esperanza. Mahmoud Nawajaa considera que el crecimiento del BDS se está dando fundamentalmente por tres motivos: La gente comienza a ver que puede ser efectivo, la Autoridad Palestina ha fallado en las negociaciones con Israel y por el hecho de que «es un movimiento por los derechos humanos, no un mandato político, en el sentido que no discutimos sobre si queremos uno o dos Estados. Así representa a toda la gente palestina».

El coordinador del BDS es categórico cuando diferencia entre acusar a Israel como país o intentar rebatir las acciones que lleva a cabo. «Tenemos que destruir el régimen de apartheid y discriminación, no estamos contra Israel. Cuando Israel sea débil y esté vacío, mirará hacia la comunidad internacional y cumplirá con el derecho internacional». De esta forma «puede empezar el proceso para la autodeterminación de Palestina», explica Nawajaa.

Israel, a la contraofensiva

Mirando en retrospectiva la primera década de crecimiento gradual del BDS, Nawajaa no esconde el orgullo de haber «empezado a tocar la economía israelí». Sin embargo, las reacciones de Israel no se han hecho esperar. Aparentemente molestos por la resolución de la Comisión Europea de marcar los productos originarios de los asentamientos de Cisjordania, el este de Jerusalén y los Altos del Golán,oficiales del gobierno israelí, en declaraciones al medio Al Monitor, reconocían que estaba previsto que un nuevo grupo de trabajo anti-BDS se pusiera en funcionamiento a principios de 2016. Su creación, con un coste de 25 millones de dólares, forma parte del Ministerio de Asuntos Estratégicos de Israel.

En declaraciones a Al Monitor, el portavoz adjunto del parlamento israelí, Nachman Shai, considera que «para hacer frente al movimiento de boicot, se necesita un grupo de trabajo nacional de alto nivel, uniendo todos los ministerios relevantes. Esta tasca tendría que estar subordinada al primer ministro en persona, no es para menos». Shai, pese a que no ve en el boicot una amenaza inminente para Israel, sí que se muestra preocupado por las consecuencias a largo plazo: «Hemos fallado en encontrar una solución para detener este movimiento. Con el tiempo, la presión hacia Israel se incrementará de forma constante».

Sin embargo, después de hacer un estudio académico sobre los efectos que puede tener realmente el BDS, el académico palestino Muneer Baroud ha llegado a la conclusión que «el impacto es más grande en términos culturales y sociales que económicos. Desde 1948, siempre hemos fallado en nuestras narrativas de cómo explicamos el conflicto al mundo. Ahora, por primera vez es diferente». Para Baroud, «Israel es un estado potente y con recursos, no se verá muy repercutido económicamente. Pero en términos de cómo es visto en el interior, el BDS tiene consecuencias».